Algo que los Argentinos nunca debemos volver a pasar y siempre recordar....
El año del fuego:
Una bengala en manos de un chico asfixió a 194 rockeros y encendió un vendaval político. Cómo viven Callejeros, Omar Chabán y los sobrevivientes un año después:
Hace un año, la fiesta de bengalas de Callejeros llenaba estadios, cosechaba elogios, convocaba multitudes. Hoy, un jefe de Gobierno enfrenta su suerte en un polémico juicio político; el responsable de República Cromañón vive aislado en un islote del Tigre, rodeado de paranoias y de varios agentes de Prefectura, todos con su respectivas armas; el rock argentino eligió llamarse a un silencio, como mínimo, incómodo; y Callejeros, la banda de rock que tanto prometía, se debate puertas adentro sobre su futuro musical y procesal.
Mucho se habló de “los padres de las víctimas” y no tanto de cómo empezó el fuego, mucho menos de los muertos y casi nada de cómo evitar que se repita. Acá estamos, noviembre de 2005 en la Villa Celina de Callejeros –el barrio que los vio nacer– y las cosas parecen haber cambiado bastante, como si las cenizas hubieran cubierto también de las calles.
Basta un breve paseo para ponerse al día, en la voz de amigos, seguidores, allegados, y más: que vuelve Callejeros, que están ensayando en la sala de La Renga en Almagro, que Pato Fontanet y Eduardo Vázquez están viviendo en Córdoba, que el violero Elio Delgado es el que peor quedó y está en tratamiento psicológico. Todo eso se sabe en Celina, porque si algo siempre hizo la banda –tanto en sus días más felices como en los más aciagos– fue aferrarse a su lugar de pertenencia. De hecho, Dios (Christian Torrejón) volvió a trabajar con su padre en la ferretería. El estuvo en todas las marchas y se quedó acá, en el barrio.
En el kiosco de Adrián Yerba, La Colmena de los Pibes, Callejeros suena a todo lo que da. “Los chicos están ensayando a full”, agitan sus amigos del barrio. Pato Fontanet, se sabe, volvió a cantar pronto, aun antes de su boicoteada vuelta discográfica de la mano de León Gieco. “Fue una necesidad. ¿Acaso pueden negárselo?”, deslizan en su entorno más cercano. Según dicen ahí, la parte de la banda que se inclina por volver (Fontanet, Dios, Delgado y Vázquez, que incluso se enfrentaron por este tema con Maxi Djerfy, Juancho Carbone y el representante Diego Argañaraz), anuncia entre amigos que el regreso será en Córdoba, en marzo de 2006, y no en Celina a un año de la tragedia, como muchos esperaban. Y que no van a tocar nunca más en la Capital. “Como los Redondos después de Bulacio”.
En estas calles se dice que las marchas de Tapiales son “las posta, porque ahí va [el último domingo de cada mes] la gente cercana a Callejeros y los pibes del barrio”. Desde agosto, y con ánimo de recuperar o mantener un poder de convocatoria que las marchas pierden en su desgaste natural, invitan a tocar a bandas como Jóvenes Pordioseros o El Bordo. Dios fue, justamente, el único miembro de Callejeros que estuvo en todas las marchas de Tapiales. Un integrante de El Fondo No Fisura (la desactivada “banda de seguidores”) explica esa grieta entre las víctimas de la tragedia y por qué no van a las marchas de Once y sí a éstas: “Algunos padres de las víctimas nos hieren y, en la ceguera de su dolor, no se dan cuenta de que nosotros éramos los amigos de sus hijos”.
El mismo Fontanet fue a Tapiales para la primera, la segunda y la cuarta marcha. Después, no se lo vio más por el barrio. Estuvo en Quilmes, en lo de la familia de su chica, Mariana Sillota (La Negra, fallecida en una cama de hospital catorce días después del incendio). Ahí se quedó hasta que la presión pública lo llevó a mudarse al interior. Eligió Córdoba, la filial más fuerte de la pasión callejera (10 mil personas fueron a La Vieja Usina, en noviembre de 2004, en la presentación de Rocanroles sin destino ). Allá vive Fontanet ahora, con Edu Vázquez y su novia, quienes están esperando su primer hijo. En la intimidad, Pato suelta que no es posible que les impidan expresarse. Y compara su situación con la de James Brown, por ejemplo, un tipo procesado por intento de asesinato que no interrumpió su carrera.
Del Riachuelo al Delta. a una hora de lancha-colectivo, el brazo Carapachay se hace angosto, aparecen los pinos, el agua negra y el verde del Litoral. En el Km. 14, seis antes de llegar al Paraná, bajamos en un muelle que es, en rigor, una embarcación de Prefectura. Cinco agentes nos reciben amables, pero evidentemente exaltados. “No vienen muchos periodistas por acá.” Sale con malas nuevas: Chabán, que se asoma en la cocina, está recibiendo muy malas noticias sobre su situación procesal, que prometen devolverlo, más temprano que tarde, a la cárcel, el lugar en el que ya pasó cinco meses. La casita es de dos pisos, color salmón y tiene dos puertas: una superior –que da a su dormitorio– y otra abajo, que da a la cocina, el comedor y el baño. En la parte de atrás, tres tiendas de campaña color caqui amparan a cuarenta soldados del grupo Albatros, siempre listos (además de los dos agentes que custodian al frente, y los otros diez afectados al resguardo del perímetro). El clima y el ambiente es, casi, de Apocalipsis Now, más precisamente, del momento en que las barcazas remontan un río y encuentran, aislado, a un líder alienado.
Ahí pasa sus días, releyendo obsesivamente la causa y algunas revistas. Así estuvo casi todo el tiempo. A veces sale tipo 16.30 y le compra algo a La Carmencita, una embarcación que vende alimentos y otros artículos de primera necesidad a las casas más alejadas. “Chabán sale, hace la suya… Vive”, cuenta Burla, el oficial a cargo de la guardia. Otros vecinos refutan: dicen que Chabán se agarró “el mal del junco”, una especie de maldición que no todos los nuevos habitantes del Delta superan, que dobla y deprime al atacado. Y también dicen que sale sólo de noche, “como los búhos”. Eso les gusta decir. Sus allegados y su gente de mayor confianza dicen otra cosa: que Chabán vive convencido de que él no es responsable de las muertes, de que lo quieren hundir y de que los familiares de las víctimas están como en un estado de turba que lo quiere linchar sin medir el reparto de culpas. Es más: en la intimidad, insiste en que el damnificado principal es él. Y, por sobre todas las cosas, está convencido de que el incendio de República Cromañón fue un atentado terrorista planificado. Un amigo jura que el 30 de diciembre no va a estar ahí en el Tigre: tiene miedo. Cree que van a matarlo.
“Hoy no salió a caminar. Y eso significa que no está bien”, nos aclara Gloria, la dueña de la casa que le alquila a Chabán por 1.000 pesos mensuales. Ella se siente feliz y hasta envidiada por algunos vecinos: “Es que tengo un inquilino famoso…”. Y sigue: “Es un hombre muy respetuoso, por eso lo quiero. Es un hombre a la antigua. No tiene la culpa de que le hayan prendido fuego el boliche”.
Desde lejos no se ve. Villa Celina, Córdoba, la isla del Tigre… Lugares que quedan lejos de Bartolomé Mitre al 3000, la cuadra del local incendiado, donde ahora queda un santuario de zapatillas ahumadas y sus habitantes, autotitulados Los Pibes de la Vigilia. También están lejos de la Legislatura porteña.
El hecho, hasta el momento, se cobró la suspensión y el enjuiciamiento político del jefe de Gobierno de la ciudad, Aníbal Ibarra. Una sanción inédita que lleva las líneas de investigación a un nivel más alto del que podía sospecharse algunos meses atrás. Cromañón generó, junto con la ira genuina de los familiares de víctimas que se manifestaron en la Legislatura, una andanada de maniobras, pases y jugarretas políticas que terminaron por talar a Ibarra; un jefe de Gobierno que en verdad tenía un sostén por demás endeble, basado en sus propias reacciones huidizas con posterioridad al 30-D, la cabeza de un Estado que fue incapaz de evitar 194 muertes en un show de rock en un boliche céntrico.
El problema sigue siendo de fondo, y es difícil que el alivio de justicia llegue con uno, dos o nueve encarcelamientos. En ese contexto (el de Ibarra, Chabán y los nombres fuertes de la causa), la pista del autor material parece relegada a un plano menor, al menos hasta que se convirtió en rehén de un duelo entre Ibarra y el abogado José Iglesias, cabeza del más numeroso colectivo de familiares de víctimas, a cuyo hijo, Pedro, una testigo señaló como el portador de la candela (aunque otras declaraciones sostienen que esa persona todavía está viva y no tiene nada que ver con Iglesias). Es extraño ver ese identikit. La cara de un pibe que provocó tantas muertes. Y, quizá, también la suya propia.
–¿Es importante seguir la pista del autor material? –le preguntamos a Albino Stefanolo, abogado de Raúl Villarreal, uno de los procesados de la causa.
–Creo que sí. Porque si no trabajamos sobre este punto y condenamos a cualquiera, el aspecto preventivo en que podría redundar la tragedia finalmente no se genera. El rock se debe un debate. La acción del autor material tendría que discutirse en los shows, en los foros, en todos lados. Prender bengalas era casi un mandato. Y, aún hoy, hay chicos que piensan que no es tan grave seguir haciéndolo. Es decir: nadie quiere que los músicos vivan la vida con la paz del cementerio, pero tampoco pueden generar un descontrol que lleve a 194 pibes al cementerio y no hacerse cargo. Es una locura que no nos podemos permitir.
El punto es claro. En su año más trágico, el rock prefirió hacer silencio. O casi: hubo un gesto decisivo de La Renga de organizar el primer gran concierto para invitar grupos afines (del under) a tocar en Vélez; además, expresaron su solidaridad incondicional con Callejeros y sus amigos afectados. Hubo algunas palabras ocasionales en público (de Andrés Ciro, Gustavo Cordera y algunos otros) y reacciones ante las bengalas (Las Pelotas en Villa Gesell, La Renga en Vélez). Pero también se escuchó el silencio de algunas voces que prefirieron alejarse, como si el problema fuera solamente de aquellos grupos cuyo público enciende bengalas. Acaso la enseñanza más clara –más o menos: “Si no nos cuidamos entre nosotros no hay nadie dispuesto a hacerlo”– no tuvo tantos ecos como los esperados. Si muchas veces, en estas mismas páginas, nos quejamos de los discursos vacíos de algunos artistas, ahora más que nunca deberíamos exigir la reflexión que este tema merece. El Indio, por ejemplo, bordeando la incorrección, confesó que a él le costaba renegar de las bengalas porque eran parte del folclore del rock local. Y en su show (sí, al aire libre) hubo bengalas y no fueron sancionadas. Un hecho tan cierto como que los recitales de este 2005 fueron, por lo general, tranquilos y sin sobresaltos.
¿Qué se comprobo hasta aca? Que los Callejeros, contra lo que Pato Fontanet declaró el 4 de marzo ante el juez Marcelo Lucini después que fueran detenidos el mánager y el jefe de seguridad del grupo, estaban a cargo del control del show. También se sabe que el grupo había acordado quedarse con el 70 por ciento de la recaudación, pero aún no apareció el dinero de las tres noches de Cromañón, y tampoco nadie habló de él (en la causa figuran los testimonios de empleados de los locales Locuras de Once y Morón, donde se vendían las anticipadas, que afirman que parte de los 91 mil pesos por los tres días se repartieron la misma noche del 30, a familiares de la banda que se encontraban internados en distintos hospitales).
Iglesias, como la cara más visible de la búsqueda de justicia de familiares de víctimas, sostiene que, sobre lo que no hay dudas, es cómo se desarrollaron los hechos. “Desde el momento en que Callejeros empieza a tocar hasta que se llevan al último muerto, no hay duda alguna”, dice. “El tema es que hay una apabullante cantidad de testimonios. Más de 1.200 chicos. Y sólo hay variaciones mnemotécnicas, la reconstrucción criminalística del hecho está recontraprobada. Y en causas paralelas, se probaron las condiciones irregulares del boliche, la relación con el hotel, la conexión entre Ibarra y Chabán, además de los cohechos de los policías y de los bomberos.”
– Chabán sostiene aún hoy la hipótesis del atentado…
–Eso es un disparate mayúsculo. Atentado es lo que él hizo.
–¿Y la conexión Ibarra-Chabán está efectivamente probada?
–No aún. Pero yo hice una presentación en la causa paralela por asociación ilícita que abrí con una querella, donde demuestro que sí se conocían, porque eran vecinos en Rodríguez Peña 24, la dirección que Ibarra declara en Poder Ciudadano cuando se presenta a elecciones. Cromañón nunca debió estar abierto.
A esta altura, la figura del propierario real de Cromañón es otra de las pistas por profundizar. ¿Quién es el dueño de Cromañón? “La familia Levy”, continúa Iglesias. “Yo estoy convencido de que Chabán era la máscara de un negocio. El ponía la trucha, pero el negocio real era de Rafael Levy. Hay indicios para sostener esto. Y yo hice mucho asesoramiento empresario, así que de esto sé.”
Rafael Levy (de 52 años) es un empresario “muy solvente” que tiene empresas textiles, de viajes y algunos hoteles, varios de ellos en la manzana de Cromañón, según Iglesias. “Cromañón está a su nombre. Pero no ha sido citado todavía. Todavía.”
La noche del 30, Levy se hizo presente en Cromañón acompañado por su abogado penalista. “Lo cual es muy sugestivo”, acusa Iglesias. “Me sirve para subrayar mi hipótesis de que hay algo.” Esa noche, Levy tuvo un altercado con el conserje por haber dejado subir a los bomberos que rompieron una pared. Retiró un dinero que tenía en una caja fuerte en el tercer piso, en una empresa de viajes también de su propiedad, y se fue. “Los primeros días de enero, Levy o su gente se ocuparon de borrar muy bien todas las páginas de las empresas de la familia Levy, que mostraban todas las propiedades y las ramificaciones de sus negocios.”
Hay distintas declaraciones en la causa que señalan que el hotel ofrecía Cromañón como un servicio. “De hecho, varios de los shows que se hicieron en República Cromañón los vendió el hotel”, según el abogado. “Es más: hay un dato que ayudaría a Chabán y no lo ha dicho. Y es que él, de su 30 por ciento, tenía que darle un porcentaje a Levy. Estamos juntando información para que lo llamen a indagatoria. Porque él podría tener la misma responsabilidad que Chabán. De hecho, las puertas estaban cerradas por órdenes de él. Vamos a avanzar… Hasta que no estén todos presos, no vamos a parar.”
Hoy, el santuario, en la esquina del lugar del hecho, es lo más parecido a un triste rincón de souvenirs en homenaje a una generación masacrada. El terreno (de diez metros de ancho por cincuenta de largo) sobre la estación Once de la Línea Sarmiento que TBA cedió para construir “La Plaza de los Pibes”, es gris. Además, la plaza esta cercada con paredes muy altas. Muy pocos lograron entrar en el local. Iglesias, que estuvo en la inspección ocular que realizaron algunos familiares [el 5 de mayo] define: “Yo entré y se lo digo: no es fácil. No quiero ser morboso, pero entre zapatillas y mochilas, todavía estaban las huellas de los chicos en las paredes… Las huellas de nuestros hijos, desesperados por salir de ahí”.
Ahora la camara del crimen dio un plazo de 90 días hábiles, algo así como cuatro meses (cinco, contando la feria judicial) para que el juez Lucini termine de dictar la instrucción. De todos modos, tal como el magistrado le reconoce a su entorno, eso será imposible. Así, pasados los cinco meses, ese plazo que la Cámara considera “ideal”, Lucini tendrá que explicar, y ése será el momento en que dirá que los plazos no le dan, dirá cuánto le parece necesario y, sobre esa base, estipulará otros tiempos procesales.
Por estos días, la dificultad del asunto radica en las complicaciones que existen para que alguien ponga un límite temporal a la investigación. Algunos, los más escépticos, dicen que la causa, o la toma la Corte Suprema, o no la resuelve nadie.
Hoy, la Cámara de Casación impulsa la división del expediente: una parte que apunte a los responsables más o menos directos del incendio (Chabán, Villarreal, Callejeros) y otra que apunte a sus responsables políticos (Ibarra y los funcionarios implicados). Eso, según Stefanolo, “jamás puede ser bueno. Hay muchos límites, como el hecho de que si yo quiero tocar un punto de mi defendido que involucra a una figura que viene en el otro vagón, sencillamente no puedo hacerlo”, objeta el abogado. “Prejuzgar inhabilita al Tribunal. El tema, ahora, es que esto vaya a juicio. Porque, en un tema así, podríamos estar los diez años de la amia, y más. Y eso es tremendo.”
–¿Qué tiempos reales tiene la causa hoy?
–¿Para el juicio oral? Tres o cuatro años. Con suerte, el juicio oral va a empezar a comienzos de 2007. Y no es lo mismo discutir Cromañón hoy que en cuatro años.
Lo vemos a Raúl Villarreal pocos días antes de que la Cámara de Casación resuelva sobre su libertad. Se quiebra no bien empieza a hablar. “Hay cosas que yo no entiendo”, dice. “Me hacen cargar culpas como si yo fuera el que mató a la gente, el culpable de que no haya venido la ambulancia, el culpable de que nadie haya cortado el tránsito para que los rescatistas trabajen mejor, y es una locura. Fue una catástrofe. Y yo estuve ahí, yo saqué pibes de esa caja negra para que ganaran la calle. No quería pensar que estaba trabajando con cuerpos fallecidos. Para mí estaban todos desmayados.”
Villarreal tiene mucho miedo de volver a caer preso. Se le nota en sus ojeras de cafeína. Dice que “están complotando” si separan la causa, si diferencian a él, Chabán y Callejeros de los responsables políticos. “Nos están mandando al muere, a la guillotina.”
–¿En algún momento volviste a Cromañón?
–No. Ni siquiera puedo llegar a Once. No podría acercarme ni a una cuadra. Cuando veo los informes que pasan ahora que se acerca el primer aniversario de la tragedia, se me caen las vísceras. Porque la ficha te cae cuando volvés a verlo. Ahí recobras la dimensión del hecho.
–¿Cuánta gente había esa noche?
–¿La última noche? 2.500 o 3.000.
–Cuando empezó el fuego, vos te quedás entre puerta y puerta, del lado de adentro…
–Sí, el humo denso que te anestesiaba y te dormía. Pero cuando empezó todo, yo pensé que era una pelea. Y se me vino un montón de gente encima. Ahí quedé entre puerta y puerta.
–¿Y entonces?
–Me recupero en la calle y voy para el lobby del hotel. Ahí me encuentro con un grupo de muchachos y nos vamos a la calle interna, que une el hotel con la puerta trasera del boliche. Ahí empiezo a tirar agua por arriba de la rendija de la puerta que quedaba entreabierta. Se suman algunos de los Callejeros y estaba Omar [lo pronuncia con acento en la o], también. Y bueno, después volví al lobby y me encontré con Mario Díaz, el encargado de Cromañón. El estaba preocupado por su mujer y la prima de su esposa [que falleció esa noche. Ambas trabajaban en Cromañón]. Ahí nos mojamos la cabeza en un bañito del lobby y volví a la puerta externa de Cromañón. Entonces vi cómo los bomberos abrían la puerta. En ese momento, me saqué la remera y entré a sacar chicos.
–¿Qué podrías aportar sobre la habilitación de Cromañón?
–A mí Omar siempre me dijo que la habilitación estaba en orden. Yo los libros no los vi jamás, porque no me competía; pero, además, las actas de Cromañón no estaban en la oficina que yo ocupaba en el local. Después, Omar me dijo que estaban en la recepción del hotel. Si venía un inspector, tenía que pedírselas al recepcionista del hotel.
–Los Callejeros te señalaron como jefe de seguridad a cargo la noche de la tragedia ¿Qué pasó cuando te encontraste con Argañaraz y Lorenzo en el penal?
–Diego me decía: “No puedo entender cómo estás vos acá, Raúl”. Y yo le dije: “Sí, pero declaraste que yo era el jefe de seguridad, y sabés muy bien que yo no estaba a cargo de la puerta ni de nada”. Cuando estábamos presos, hablábamos en escasos momentos. Se notaba que había una estrategia marcada por parte de la defensa. La cuestión es que cuando se hace el careo en tribunales, empiezan a decir que ellos no estaban a cargo de la “seguridad”, que eran el “control”. Cambiaron un poco el texto. Dijeron que la seguridad era de Cromañón, pero Cromañón no tenía seguridad. Fue un artilugio legal medio tonto. Y no les sirvió para nada.
Las bandas que seguian a callejeros –aquellos de “La pasión no se traiciona”– están diseminadas. Algunos van, sueltos, a las marchas de Tapiales, y los más representativos se ven en los recitales de El Fondo, seguidores que tienen su propia banda de rock. Creen que Callejeros tiene que volver a los escenarios, pero no pueden imaginar una buena locación y un contexto perfecto para la vuelta.
Federico, fundador de El Fondo y sobreviviente (estuvo las tres noches), es el que señala ese rechazo que les manifestaron algunos padres de vícitmas a los seguidores caracterizados de la banda. “Nosotros tratamos de no ir a las marchas en Once para no generar fricción. Porque muchas veces no se dan cuenta de que nos lastiman, y no entienden que nosotros éramos los amigos de sus hijos. Nosotros estábamos con ellos cuando paso lo que pasó.”
Iglesias se indigna cuando se le transmite esto. “Eso no es correcto. La marcha congrega a todos, y en ella participan muchos chicos con la remera de Callejeros. Y, yo como padre de un hijo al que se lo llevó –entre otras cosas– la desidia, el abandono y la inmoralidad de Callejeros, no tengo problema ni con la música de Callejeros ni con sus letras. Lo más dramático es que ellos no le hacen honor a sus letras.”
Si Callejeros vuelve a tocar, ¿qué reacción tendrían los familiares? Iglesias, el primero en señalar la responsabilidad de la banda, responde: “Es lo mismo que decirme que Chabán está pensando en reabrir Cemento [se ríe]. Si Callejeros está pensando en volver a tocar, los familiares dirían: «Primero respondan en el juicio. Y, si zafan, toquen…».”.
–¿Por qué no mientras?
–Que lo hagan… Yo no voy a ser el que lo impida. Pero va a caer muy mal en la sociedad. En Excursionistas, Pato se ganó un expediente en la Justicia Contravencional por la cantidad de bengalas. Ya sabía cuál era el peligro. Los Callejeros son tan responsables como Chabán. Y los familiares de víctimas estamos trabajando en el agravamiento de la calificación de Callejeros. Vamos por el homicidio simple por dolo eventual.
–¿Por qué no estrago, una figura que parece más cercana a la realidad que la de homicidio?
–Podemos discutirlo. Si es estrago, los Callejeros están tan complicados como Chabán. Porque en el estrago no tengo que prever si te mato, sino que se va a incendiar todo. Y si sigo actuando, soy responsable por el delito de estrago. Que, si tuvo como resultado la muerte, tiene una pena de hasta veinte años. En esa, Callejeros está hasta las manos. Y lo lamento mucho [ se quiebra ], porque mi primer conflicto moral en esta causa fue con Callejeros. Porque mi hijo era un seguidor de la banda y el hermano, Ignacio, que quedó vivo, también.
Cromañon parece tejer una trama de responsabilidades mucho más compleja e inaprehensible de lo que alguien en busca de justicia total puede llegar a aceptar. Además, la justicia institucional tiene plazos más laxos que la sed de venganza. Eso de ningún modo implica una renuncia a la búsqueda de castigos específicos, sino todo lo contrario. Pero puede servir para hacerse una idea del embrollo judicial y moral que los tribunales y la sociedad tienen entre manos. Porque el rock seguirá haciendo su vida, Ibarra se reinventará o quedará en el olvido (si logra evadir penas mayores); Chabán purgará su condena; Callejeros volverá a tocar si la Justicia y la presión pública se lo permiten; y los medios nos ocuparemos de otras cosas. Pero los 194 muertos seguirán ahí, y sus familias también. Y sus amigos. Y no hay manera de olvidar eso. Los recitales seguirán su curso. Y podemos inferir que si, a menos de un año del incendio, la repulsa al uso de bengalas empieza a diluirse en una interpretación estética o emocional, no pasará mucho tiempo hasta que alguien no vea la necesidad de reprimir el impulso de encender una en un local cerrado, porque –podría pensar ese alguien– si no hay una media sombra como la de Cromañón, y unas puertas de emergencia cerradas como las de Cromañón, no puede haber otro Cromañón. Y eso sería volver a jugar con fuego.
Esta nota se la robe a un periodista por el sólo motivo de que todos conozcan lo que pasó en una disco en Argentina, para tratar de concientizar a la gente y a la vez porque es algo por lo que tenemos que dar gracias a Dios el no haber estado ahí lo que no quiere decir que nunc anos va a pasar o le puede pasar a alguien cercano porque eso es un pensamiento muy cerrado y como estoy cansada de esos pensamientos que tiene casi siempre la justicia, es que desde este humilde lugar hago mi apoyo a estas familias y amigos de estos ángeles caídos, un abrazo lleno de fuerza para todos ellos.